"SOY TAN HUMANO
QUE NO ME ES AJENA
LA DIVINIDAD"
La humanidad siempre ha mirado al cielo en busca de respuestas. Desde tiempos inmemoriales, hemos esperado señales, mensajes, algún rastro de vida que nos diga que no estamos solos. Sin embargo, en esa búsqueda, ha emergido una figura peculiar: el "contactado", quien asegura no solo haber encontrado respuestas, sino haber sido elegido para recibirlas.
Ser un contactado, en teoría, debería ser un honor silencioso, una responsabilidad que se lleva con humildad y una misión de entrega para compartir el mensaje que se dice haber recibido. Pero, en la práctica, a menudo, con la mayoría de los "contactados" surge algo más humano, algo más palpable y, al mismo tiempo, corrosivo: el ego.
Para muchas de estas personas, el contacto con entidades de otros mundos se convierte en un pedestal. Las experiencias cósmicas, en lugar de conectarles con algo más grande, parecen elevarles sobre los demás, haciéndoles creer que están por encima, en un lugar que el resto no puede alcanzar. Con frases como "Yo tengo la verdad" o "Ellos me eligieron a mí", se dibuja una línea muy marcada entre el contactado y el resto de los humanos, entre lo "elegido" y lo mundano.
¿Es realmente el mensaje lo importante o es la figura del mensajero? A menudo, se pierde la esencia entre palabras grandilocuentes, rituales de exclusividad, y aires de superioridad. Así, lo que pudo ser una conexión trascendental se vuelve un vehículo para la exaltación personal, un símbolo de estatus que convierte al mensajero en protagonista y al mensaje en un simple telón de fondo.
¿Qué le ocurre a un alma que, al verse "contactada", olvida su propia humanidad? Al abrazar su rol como intermediario, muchos contactados dejan de lado las dudas, el cuestionamiento propio, y la vulnerabilidad, y adoptan un aire de infalibilidad que se aleja del propósito de cualquier verdad universal: la unidad y la humildad.
Se convierten en guardianes de un conocimiento al que, dicen, solo unos pocos tienen acceso, y con ello, se pierde la esencia del mensaje: la conexión.
El contacto genuino, debería acercar a la persona a sus semejantes, hacerle ver lo pequeño y a la vez lo importante que es la inmensidad del cosmos. Sin embargo, el ego de algunos contactados ha transformado el contacto en una marca de superioridad, incluso en un banding personal, Para ellos, el mensaje ya no es un regalo compartido, sino una pieza de poder que les permite dictar verdades y despertar admiración o respeto.
En última instancia, el verdadero desafío no es ser contactado; el verdadero desafío es mantenerse humano. Ser capaz de mirar al cielo y, al recibir un mensaje, recordar que solo somos un punto más en el universo, un eslabón más en la cadena de la existencia. Porque, si el ego se impone, el mensaje se pierde, y lo que pudo ser una revelación se convierte en una fábula narcisista, una historia sobre alguien que una vez miró al cielo y decidió que ese cielo le pertenecía.
POR: MARCIANO DOVALINA
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